Un día como cualquier otro, en una rutina como cualquier otra, no pude distinguir lo que se conoce como realidad de lo que se cree ilusión o fantasía. No sabía si tenía mis ojos abiertos o cerrados, si estaba despierto o durmiendo… si estaba vivo o muerto.
Entonces vi aquel lugar, brillando con la luz de un sol etéreo, el cual danzaba con la luna en un ciclo que se llamaba día y noche. Lo vi como si siempre hubiera estado allí, como si hubiera nacido, crecido y vivido en aquel lugar que está más allá del mundo conocido como “Tierra”.
Las estrellas brillaban tanto en la noche como en el día, reflejándose en el claro lago que yacía en el centro del valle, rodeado por cerros y alimentado por una pura cascada, ocultándose entre las hojas de los árboles y dándole vida a los ojos de los seres vivos y a bellos cristales que latían con espíritu y energía.
Me dejé envolver por el espíritu de la naturaleza que guiaba la vida de aquel bello y legendario mundo, donde un castillo brillaba entre el denso bosque y el agua del lago, donde pareciera que cada espíritu, incluyendo los del bosque, la tierra y el agua, hablasen entre sí…
Incluso el aire parecía tener vida, mientras criaturas como dragones, aves, lobos, hadas, ents y elfos coexistían en aquel lugar que ningún ángel creado por aquel que llamamos “Dios” ha podido ver, que solo almas nacidas allí podrían conocer... Aquel lugar que sólo leyendas y sueños pueden dar a imaginar, donde ningún texto conocido antiguamente ha descrito, sino solo mencionado. Aquella Tierra Prometida, donde