El camino se acaba y la espera ha excedido la esperanza; todo se oscurece y la tormenta cae sobre mi espíritu, sobre la cabeza de mi alma que camina sobre la verde y solitaria llanura.
El Sol ha desaparecido su calidez y ha sido negado por las nubes de la realidad, de la basura llamada vida y mundo real, mientras mis sueños mantienen esta llanura, este sueño por el cual quisiera vagar siempre... pero las cosas ya no son así.
Las cicatrices que recorren mi alma han tocado lo más profundo de mi corazón, llegando a dañar mi propia mente, mi propia voluntad, mientras sigo caminando por los caminos de cemento y porquería, anhelando el pasto bajo mis pies y la brisa conversando suavemente en mi oído.
¿Por qué todo acaba como el Otoño? ¿Por qué las hermosas flores se marchitan y las hojas caen sin vida? Pero debo admitir que incluso ello tiene su hermosura, sobretodo en aquellos caminos hechos por un pasaje de árboles, como los siempre hermosos cerezos que se ven en varios programas de televisión.
Sí, eso me hubiera encantado: un camino de pétalos de cerezo; pero, como representaciones de mis sueños, esos cerezos ya no están, no están más que en el camino que mi alma recorre en mis sueños.
La capucha aún ondeando con el viento, acariciando mis pasos tras de mí, mientras sigo queriendo sentir las caricias de la brisa que cada vez se va transformando en una garuga, en una llovizna, en una fuerte lluvia, en una escarcha, en nieve...
No me queda más que refugiarme en el mundo detrás de mis sueños, en el mundo que he anhelado, para poder sobrevivir. La necesidad de sentir la compañía de mi amada y de mis amigos me consume mientras siento que ya las sombras de mi pasado vuelven a mí, esas sombras que me hicieron conocer profundamente la realidad, que me forzaron a creer que no había sueño posible... No, ahora no hay sueño realmente posible aparte de la caricia del amor.
Incluso recuerdo la historia que creamos mis amigos y yo, historia con el mismo nombre que ahora vaga mi mente, en la que se pretende luchar para tratar de mantener las esperanzas, aún cuando los sueños de los mismos protagonistas estén en riesgo de desaparecer.
El final trágico de la perdida eterna, de la muerte interna, del desfallecimiento etéreo...
¿Qué me queda ahora? ¿Refugiarme en la compañía de aquellos que me son cercanos y creer que puedo sobrevivir sin lo que ha alimentado siempre mi alma?
Miro entonces los que tengo y lo que puedo aspirar a tener ahora... Nada me llena más que la fraternidad y el amor, la compañía y la alegría de compartir; pero no me siento tan vivo como antes.
Entonces me doy cuenta de que, cuando todos los sueños se acaban, la juventud se muere y solo queda vivir como cualquier persona más: vivir como un cascarón vacío que simplemente le teme a la muerte.
¿Temerle a la muerte? Sí, temerle a la muerte. Pero no le temo porque perderé algo, no señor... le temo porque siento que haré sufrir a demasiadas personas por una tontería como no cuidarme o porque quise realizar actos que están más allá de mi capacidad, de mi fuerza, de mi suerte... de lo que mi realidad me permite.
Extiendo la mano durante la noche y nadie la recibe. No, nadie la toca más que la presencia de aquellos que más me han de querer... Pero no siento la mano del sueño, no siento el seguro abrazo de aquél que me ha acompañado en todas... y mi sueño definitivamente muere con su partida, dejándome consumir por la realidad y por la vida, dejándome sin más legado que la voluntad de expresar su vida en mis dibujos y escritos, sin más que la obligación de saber expresar lo que en mí hay: lo que él me hizo ser.
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