lunes, 26 de enero de 2009

Flujo de pensamientos...

Luchando entre la vida y la muerte, pasando penurias y pensando en las estrellas mientras se está quieto como una roca bajo la sombra de un árbol.

El viento susurra las historias del tiempo, del pasado, del presente, del futuro, de las profecías, mientras el Sol y la Luna observan como los silenciosos testigos que siempre han sido. No queda más que anhelar la aceptación de las estrellas para conocer la verdad.

Ni los mismos dioses podrían poner atención a algo que no se lo merece. Ni los ángeles ni demonios pondrían parte de su pasión en algo que considerasen indigno, ni siquiera pondrían su rencor a algo que ni justificado tiene en la vida.

La existencia puede ser algo cruel e injusto, pero llegando a comprender el significado de ella y su razón de ser, llegando a encontrar el equilibrio de las cosas, viendo la muerte a los ojos y abrazando la vida como si fuese otro suspiro del viento que pasa sin prisa y, a su vez, sin detenerse, se puede encontrar la iluminación necesaria para ser al menos merecedor de paz interna.

Y es que los seres humanos nos hemos alejado tanto de lo que alguna vez seres supremos anhelaron que fuésemos. Nos corrompimos con las mismas incoherencias que tratamos de evitar a través de textos sagrados y de religiones casi absurdas.

Por nuestra propia cuenta hemos caído al más profundo abismo y hemos llevado nuestro propio planeta con nosotros. Nos hemos llevado a la sociedad, a los animales y a las tierras con nosotros en la corrupción y la muerte, en el desequilibrio y la incapacidad.

¿Somos capaces de arreglar nuestros propios errores?
Ni siquiera hemos sido merecedores de los famosos milagros que tantos aluden a un dios o a celestiales… todo parece más cuestión de suerte o de destino.

Y es que el destino se muestra siempre como una figura que responde sólo en el momento indicado, dejándonos vagar libre y desorientadamente durante toda nuestra existencia hasta que llega el momento clave.

No somos más que un animal súper-desarrollado que se cree una copia de un dios que ni siquiera conoce, que se cree tan especial que merece un trono directamente al lado de esa entidad…

¡Quién carajo somos para siquiera creernos merecedores de ello! ¡Quién carajo es este dios que ni siquiera nos ayuda con la basura que ni siquiera nosotros podemos remediar!

¡Y es que estamos tan maldecidos, hermanos, que ni los dioses nos querrían mirar pues somos la vergüenza de la creación!

Por eso estamos abandonados a nuestra suerte y destino... por eso los dioses jamás harían algo que nosotros mismos podamos hacer.

Y somos nosotros mismos quienes nos maldejimos para recibir tal fin.

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