Hecho por mí, en éste mismo instante...
El joven ángel despertó en medio de un amplio campo de flores. El aire estaba cargado de aromas y el pasto estaba lleno de vivos colores. Miró a su alrededor, inconciente de quien era y de donde estaba, pero intuitivamente sentía que ese era un lugar acogedor, pero no así su hogar.
Se levantó y caminó unos cuantos pasos, mientras una ligera ropa aparecía sobre su cuerpo, cubriéndolo del Sol y del viento. Volvió a mirar a su alrededor, esperando encontrar alguna clase de entrada o de salida con tal de encontrarse con alguien que pudiera explicarle lo que pasaba allí.
Caminó unos cuantos metros hacia delante y pudo ver lo que parecía una gran muralla hecha de ladrillo. Parecía antigua y muy firme; la vegetación subió por sus muros y la cubrió de enredaderas, mientras que la gran y pesada puerta de metal se abría lentamente como queriendo dejarle pasar.
Corrió hacia la salida y, cuando salió, la gran puerta se cerró secamente detrás de él. Pese al susto del portazo, caminó en lo que parecía ser un lugar completamente diferente. Estaba lleno de castillos y ángeles caminando tranquilamente de un lado a otro.
Miró bien todo lo que había alrededor suyo, caminando lentamente para no chocar ni toparse con nadie que no sea amigable. No podía recordar nada de su pasado y todo aquello le parecía un mundo completamente nuevo.
Se fijó en el castillo más cercano. Tenía unos bellos emblemas hechos en un llameante rubí, mientras un dragón rojo custodiaba tranquilamente la entrada.
Se quedó allí, mirando fijamente en los ojos del dragón hasta que sintió una mano apoyarse en su hombro. Miró a quien se paró a su lado y trató de fijarse en él. Era un ángel alto, de cabello rojo como el fuego; sus ojos sonreían con suavidad, mientras su monóculo se mantenía fijo frente al ojo izquierdo. Su túnica rojiza con bordados de hilo de cobre cubría gloriosamente su cuerpo, mientras sus braceras de cuero mantenían cierto aire de respeto y de fortaleza, a la vez que su cinturón mantenía fija una espada delgada y que representaba su jerarquía sobre los demás.
“Con que has despertado” – dijo, sonriéndole al joven ángel. – “Ven… Tengo algo que pasarte.”
Caminó hacia el gran castillo, seguido del pequeño. Todos hacían una leve reverencia hacia aquel ángel. El muchacho no comprendía por que se debía eso, pero sentía gran respeto ante aquel ángel que caminaba delante de él como si fuera un gran caballero, un héroe.
Las grebas del ángel resonaban fuertemente en las paredes de los pasillos de piedra caliza, como anunciando la llegada de su presencia.
De repente, el ángel se detuvo frente a una gran puerta de madera. El marco estaba adornado con muchos símbolos que el joven ángel no podía entender, además de una estatuilla de dragón a cada lado.
El pelirrojo se volteó a mirar al muchacho y sonrió, para luego abrir de par en par la gran puerta. Adentro estaba oscuro, a excepción de una especie de chimenea hecha con la figura de la cabeza de un dragón de piedra. Había unas cuantas figuras allí, todas con una gran capucha encima, como si fueran una especie de acólitos rezando.
El mayor se acercó al centro de la habitación, seguido por el joven ángel. Las puertas se cerraron y todas las antorchas de las murallas se encendieron de golpe. En frente de la chimenea había una especie de mesón de piedra, cubierto de runas por todos lados, el cual mantenía un antiguo grabado en el centro, como si fuera el escudo de una antigua familia.
“Ven, párate aquí” – indicó el ángel al muchacho.
Mientras el chico se paraba frente a la mesa, el mayor se paró frente al fuego como si estuviese buscando algo. Se agachó y extendió su mano dentro del fuego para sacar una llameante espada.
Se veía recién hecha, como si el metal fuera a quebrarse en cualquier momento ante el intenso calor. Aún así, el ángel tomó ésta arma con las manos desnudas y miró al chico y a la mesa.
Comenzó a recitar suavemente una especie de conjuro, mientras ponía su mano libre sobre la hoja ardiente de la espada. Uno de los ‘acólitos’ llegó con unas escamas y un rubí muy limpio y puro… Puso todo sobre la mesa y tomó una de las plumas de las alas del joven ángel.
Cuando todo estaba en su lugar, el pelirrojo clavó fuertemente la espada dentro de la piedra, atravesando todo lo que había sobre ella… Para que luego, con un intenso brillo, se mostrara limpia y completa, como si hubiera sido forjada con el mejor de los metales y por un gran maestro.
Una vez lista, el pelirrojo la tomó y la sacó de la piedra, otorgándosela al muchacho.
“Lo prometido es deuda” – le dijo, cariñosamente.
Antes de que el muchacho pudiera preguntar cualquier cosa, el mayor creó una pequeña llama en uno de sus dedos y quemó gentilmente la frente y la palma de la mano derecha del chico. Sin dolor ni quemadura, se formaron unas especies de marcas que desaparecieron casi al instante, llevándose la espada con ellas.
“Cada vez que la necesites o estés en peligro, aparecerá en tu mano” – le aclaró, haciéndole una caricia sobre la cabeza.
Hubo unos instantes de silencio hasta que sonó una fuerte trompeta. Todos en la habitación miraron alarmados en dirección a la entrada, a la vez que el ángel pelirrojo abría la enorme puerta como si fuera de juguete.
“¿Qué ocurre?” – le preguntó a un ángel que voló hacia él.
“San Rafael, un grupo liderado por San Miguel están en la entrada” – le explicó el recién llegado. – “Él pide hablar con usted. ¿Lo dejamos pasar?”
“No, dígale que voy en seguida” – ordenó Rafael.
Corrió hacia el muchacho y lo tomó de los hombros para pasárselo a uno de los encapuchados.
“Debes esconderte” – le dijo al chico. – “Se supone que no deben encontrarte… Rápido, vete” – ordenó, mientras los ‘acólitos’ se o llevaban.
Lo encerraron en una habitación en una de las torres. Unos momentos después, Rafael entró en la habitación y vio que el chico estuviera bien.
“Que bueno…” – suspiró con alivio. – “Te prometo que siempre vendré a buscarte. Por ahora, duerme… Mañana será un día largo”
Y, con ésta orden y la magia del arcángel, el chico durmió… Para despertar a la mañana siguiente en un mundo completamente diferente…
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