domingo, 21 de diciembre de 2008

Luzbel

“Ahora es el momento” – me dice Azrael, apareciendo a mi lado con una taza de café en su mano derecha. – “Es el momento de ver lo que más podría ilustrar respecto a los celestiales y a los infernales.”

Es momento de hablar de ella, de la traicionada y de la incomprendida, de la exiliada Luzbel.
Luzbel fue una de las primeras creaciones de Yahvé, junto al Paraíso mismo, por lo que resalta enormemente su belleza, fuerza, espíritu, sabiduría y habilidades. Por ser la más cercana -quizás como hija- a Yahvé, se volvió la portadora original de la Espada de Dios, prometiendo a su creador usarla con justicia y sabiduría para combatir lo que pudiese amenazar a los celestiales.

Sus cabellos dorados como la luz del Fuego Eterno; sus profundos ojos verdes, representativos del clan del Fénix, demostraban abiertamente las llamas de la vida y su ancestral sabiduría; sus ropajes simples como la de una damisela destacaban su simpleza dentro de su amplio poder y rango.
No había quien se le comparase. Poco tiempo después de que el Paraíso estuviese listo y la creación de los Querubines concluyese, aparecieron el resto de las creaciones.

Entre esas creaciones, apareció el que ella misma elegiría como su acompañante eterno, tanto de entrenamiento como de un amigo, o de un amor inocente…

“El amor es un factor que demuestra abiertamente la existencia de un alma, la capacidad del libre albedrío que cada entidad posee, y la fuerza de la vida misma” – me explica Azrael, haciendo aparecer un libro ante sus ojos. – “El amor existe, por ejemplo, tanto en la Tierra como en el ‘Cielo’ y el Infierno.”

Tiempo más tarde -quizás milenios- aparecieron un par de almas peregrinas vagando por las cercanías del Paraíso. La orden directa de Yahvé fue eliminarlos del área.
Cuando Luzbel llegó al área donde se suponía que los celestiales debían rechazar a los peregrinos, se encontró con algo que nadie, ni siquiera ella misma, esperaba: todos los celestiales que trataron de combatirlos estaban tirados en el suelo, inconcientes.

Ella miró al que estaba más adelante, quien mantenía su mirada alerta y su espada bien empuñada en sus manos. Sus ojos llameaban con cada respiro, manteniendo la calma de su propia esencia.

“Esa, según los textos, fue la primera aparición del Misterio de Alas Doradas” – me dice el de ojos rojo-sangre, mostrándome un libro escrito en un idioma que no puedo leer, sino solo puedo ver sus dibujos. – “Se supone que son él y su compañera…”

Yahvé ordenó varias veces a Luzbel acabar con ambos, pero ella se negaba pues sabía muy bien que solo estaban pasando, no tenían malas intenciones ni significaban real amenaza… pero la furia del creador asustó a la alada.
Luzbel, casi sin comprender la situación en la que se encuentra, se lanza al ataque del joven de cabellos negros -según la ilustración- y trata de establecer un combate con él.
Para sorpresa del mismo Yahvé, el joven pareciera no moverse de su lugar, pero ningún ataque de la Serafín logra tocarlo, ni siquiera el más mínimo cabello o partícula de aura.

Finalmente, aparentemente por pedido de su compañera, él repele a Luzbel con una leve expansión de su aura.

“Fue en ese instante en el que el destino de Luzbel fue rebelado”

La Serafín entrenó con el dúo misterioso, mientras Yahvé trataba de mantenerla a raya con sus órdenes y reglas.
Pero todo concluyó cuando Yahvé inició su campaña de expansión para encontrar el mundo en el que crear criaturas mortales a su semejanza.

Al llegar al único mundo aparentemente perfecto, se encontró con los cuatro Dracos Elementales, procedentes de una dimensión muy lejana.
Al encontrarse con él, el Draco Carmesí, creador de ese mundo y de sus criaturas, incluyendo sus “hijos”, los cuatro Dracos, ofreció ir a conversar con él a un lugar aislado.

La conclusión del parlamento entre ambos fue que ambos crearían un ser a semejanza de ambos y que no habría agresión alguna.
Durante el periodo de creación y control -lo que consideramos, nosotros los mortales, como un periodo desde hace más de 3 millones de años-, Luzbel entrenó con el Carmesí, tal y como el joven dorado le dijo que hiciera si lo encontrase.

Lo más importante para ella no fue el entrenamiento, sino lo que aprendió.
Su libre albedrío estalló al aprender de una sabiduría casi infinita, reconociéndola como más antigua que la de Yahvé, queriendo aprender más y más, y saberse realmente libre.

Cuando habló de ello con Yahvé fue cuando fue tratada de ‘hereje’.

“Y a nosotros por tratar de defenderla y compartir sus ideales”

Con ayuda de Gabriel, Rafael y Uriel, los tres ‘rebeldes’ fueron expulsados del Paraíso por el mismo Arcángel Miguel, comandado por ordenes directas de Yahvé.
Con el corazón destrozado, Luzbel desapareció en la oscuridad del Universo reclamando que se vengaría de tal traición.

“Y aún carcome en ella encontrarse con la idea de que Miguel no tiene real albedrío o voluntad” – me explica el de alas grises. – “Es por eso que siempre lo tratamos de un lame-botas.”

Hoy, luego de sufrir con la llegada de las primeras almas condenadas y de ver la deformación de algunas para convertirse en demonios, sobretodo sentir la transformación misma de su amigo Samael, Luzbel espera el momento indicado para salir de allí e ir a reencontrar el Carmesí.

Sabe que los Dracos Elementales están ocultos en la Tierra misma, custodiando su creación y viendo la estupidez que hizo Yahvé al querer crear semejantes criaturas imbéciles e impuras.
El primer paso está en comunicarse con ellos, para luego ir a ver a su mentor.

“Quizás, cuando logre eso…” – murmura Azrael a la ventana. – “Cuando logre eso, pueda ser libre y encontrar la paz que en un comienzo quería.”

Pero eso ocurrirá cuando los celestiales no puedan evitar su llegada a la Tierra, como lo hacen siempre.
Sus planes de poner a Samael como diversión para encontrarlos no han servido… ¿Cuál debería ser la movida exacta para vencerles?

“Quizás solo esperar a que Rafael, Gabriel y Tyrael terminen de abrir los ojos puede ser la oportunidad exacta” – murmuro, pensando en lo que hablamos anteriormente.

Mi amigo me mira y pone una mano sobre mi hombro, sonriéndome levemente, como si compartiese mi idea.
Desaparece con la sonrisa, sin dejar palabra más que el afecto dejado en la mano que apoyó en mi hombro.
Las ideas volverán a surgir pronto, al parecer, pero ahora solo resta descansar.

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