Como mi buen amigo Folken dijo en su blog, este momento de fin de año da una oportunidad de análisis, y en mi caso no es excepción.
Me pongo a pensar en lo que fue mi vida, en especial este año, y darme cuenta de cada uno de los detalles.
Si los detalles de mi vida ya están dispersos en diversas divagaciones plasmadas en distintos posts dentro de este mismísimo blog, debo admitir que he sufrido demasiados altibajos para un mero proceso de 4 años.
Desde comenzar a calmar mi eterna ira y abrirme a los demás, reconociendo los fuertes lazos de amistad y ligándome más a las diversas relaciones fraternales de mi vida, a volver a quién era manteniendo estas nuevas fronteras.
Las frustraciones han sido atroces e incesantes. Como he dicho, de una paso a otra, y cuando trato de sobrepasar el dolor, la barrera se solidifica para hacerme caer otra vez, si es que no peor.
Este año empecé en una cama de hospital, con el virus de la Salmonella Tifis en mi sangre, además del apéndice pudriéndose en mis entrañas. En el transcurso de los meses he tenido muchos problemas, muchas alegrías, muchas más frustraciones.
Pero nada peor como el término de año. El atropello ocurrido el pasado 26 de Noviembre me trajo tantas cosas en las cuales pensar que ya no sé en qué descargar tales emociones.
El atropello en sí me trajo la frustración por impotencia, la rabia por darme cuenta que un tercero puede poner en riesgo mi vida, la pena por ser tan frágil y débil y porque nada de lo que yo anhelo podría ocurrir.
Pero, lo peor de todo, es que también me trajo el velo de la muerte. Si bien el proceso que tuve a principio de año por la peritonitis y la salmonella fue de riesgo vital, el atropello en si fue un instante mortal.
Empecé el año confinado a una habitación de hospital, ahora lo termino confinado a la mía propia.
Siento que no importa cuántas maldiciones tire al Cielo y al Infierno, nada cambiará. Sigo con las mismas frustraciones, con más problemas, y con el velo mortal más apegado a mi alma.
Me he vuelto alguien atroz, alguien que sufre para tratar de vivir y para alegrar a quienes quiere… tanto quiero que todo cambie que incluso temo perderlo todo en el cambio.
Quizás no haya nada bueno para mi futuro, pero al menos espero poder disfrutar el tiempo que tengo.
Gracias a todos los que me acompañan y me han acompañado en su momento, sin importar el sufrimiento que haya tenido. Gracias por darme recuerdos a los que apegarme y sueños a los que ligar mi nostalgia.
Me pongo a pensar en lo que fue mi vida, en especial este año, y darme cuenta de cada uno de los detalles.
Si los detalles de mi vida ya están dispersos en diversas divagaciones plasmadas en distintos posts dentro de este mismísimo blog, debo admitir que he sufrido demasiados altibajos para un mero proceso de 4 años.
Desde comenzar a calmar mi eterna ira y abrirme a los demás, reconociendo los fuertes lazos de amistad y ligándome más a las diversas relaciones fraternales de mi vida, a volver a quién era manteniendo estas nuevas fronteras.
Las frustraciones han sido atroces e incesantes. Como he dicho, de una paso a otra, y cuando trato de sobrepasar el dolor, la barrera se solidifica para hacerme caer otra vez, si es que no peor.
Este año empecé en una cama de hospital, con el virus de la Salmonella Tifis en mi sangre, además del apéndice pudriéndose en mis entrañas. En el transcurso de los meses he tenido muchos problemas, muchas alegrías, muchas más frustraciones.
Pero nada peor como el término de año. El atropello ocurrido el pasado 26 de Noviembre me trajo tantas cosas en las cuales pensar que ya no sé en qué descargar tales emociones.
El atropello en sí me trajo la frustración por impotencia, la rabia por darme cuenta que un tercero puede poner en riesgo mi vida, la pena por ser tan frágil y débil y porque nada de lo que yo anhelo podría ocurrir.
Pero, lo peor de todo, es que también me trajo el velo de la muerte. Si bien el proceso que tuve a principio de año por la peritonitis y la salmonella fue de riesgo vital, el atropello en si fue un instante mortal.
Empecé el año confinado a una habitación de hospital, ahora lo termino confinado a la mía propia.
Siento que no importa cuántas maldiciones tire al Cielo y al Infierno, nada cambiará. Sigo con las mismas frustraciones, con más problemas, y con el velo mortal más apegado a mi alma.
Me he vuelto alguien atroz, alguien que sufre para tratar de vivir y para alegrar a quienes quiere… tanto quiero que todo cambie que incluso temo perderlo todo en el cambio.
Quizás no haya nada bueno para mi futuro, pero al menos espero poder disfrutar el tiempo que tengo.
Gracias a todos los que me acompañan y me han acompañado en su momento, sin importar el sufrimiento que haya tenido. Gracias por darme recuerdos a los que apegarme y sueños a los que ligar mi nostalgia.